martes, 11 de octubre de 2011

El caballero de la carreta.

Y encuentran un lugar muy hermoso,
un monasterio, y cerca del enrejado
un cementerio de muros cerrados.
No era loco ni malvado
el caballero que en el monasterio
entra de pie para rezar a Dios,
mientras la joven cuida su caballo.
Cuando termina su oración y regresa,
hacia él se acerca un monje muy viejo,
le suplica dulcemente que lo informe
sobre aquello que desconoce,
y el viejo habla de un cementerio:
"Llevadme allí, que Dios os ayude"
"Con todo gusto, señor", responde el monje.
El caballero, detrás del monje,
entra y recorre las más bellas tumbas,
y había letras sobre cada una,
nombres de los que dentro se agitaban.
Título tras título, el caballero lee las letras:
"Aquí se agita Gauvain,
aquí Luis, aquí Yvan".
Llegan los ataúdes con nombres célebres,
caballeros elegidos, los más preciados y mejores
de esta tierra y otros lugares.

(Lancelot y sus caballeros llegan al Puente de la Espada, el único camino hacia la Tierra de las Prisiones).

Al pie del alto puente
descienden de sus caballos,
aguas ásperas, ruidosas, rebeldes,
tan terribles como las del Río del diablo;
nadie en el mundo, si allí cayera.
Y el puente que lo atravesaba
era una espada blanca y limpia,
pero fuerte y escarpada,
con dos lanzas a cada lado.
Mucho se desalentaron los caballeros,
pensando en leones y leopardos del otro lado.
El agua, el puente y los leones
tanto terror les provocaron
que de miedo temblaron.

(Lancelot les habla a sus caballeros)

Señores, partid complacidos
porque por mi os habéis conmovido:
por vuestro amor y franqueza.
Bien sé que no deseáis mi mal,
pero mi fe es tal
que prefiero la muerte y nunca regresar...

Ellos suspiran, lloran sin piedad.
Aunque sobre la espada se mantenga
no llegará entero ni sano del otro lado.
Prefiere mutilar sus pies y manos,
cruzar descalzo, caer del puente
y bañarse en las aguas intactas
más nunca regresar.
Con gran dolor, obligado, da un paso,
luego otro, castigando manos,
rodillas y pies que sangran,
sólo el amor consuela su sufrimiento.
Del otro lado del puente recuerda
los dos leones que creyó haber visto,
ni un lagarto se veía ahora,
nada que mal le haga:
pone su mano delante de la cara,
comprueba que los leones sólo existen del otro lado.
Chrétien de Troyes.

lunes, 10 de octubre de 2011

El Cuervo y la hija del Rey

Hoy continuaremos nuestra sección de poemas medievales con una fantástica balada de William Morris.

El Cuervo y la Hija del Rey es un poema que posee los mejores rasgos de la poesía medieval: La historia nos cuenta las desventuras de una dama encerrada en lo alto de una torre, esperando ansiosa alguna noticia sobre la suerte de su amado. El heraldo será un cuervo, quien no ahorrará detalles tanto sobre el destino de su amado como sobre el de la propia doncella.

El evidente que William Morris, fuertemente estimulado por el romanticismo, volcó en el poema algunos tópicos más propios de la era victoriana que de la edad media, pero la ambigüedad, y especialmente el fuerte sentido melancólico de sus protagonistas, hacen que El Cuervo y la Hija del Rey sea una de las mejores baladas jamás escritas.

El Cuervo y la Hija del Rey.
The Raven and the King's Daughter, William Morris.

Hija del Rey, sentada en la alta torre,
Mientras el verano es el escudo de muchos,
¿Porqué te lamentas mientras las nubes pasan?
Entre la costa y el campo los altivos cisnes cantan,
¿Porqué te lamentas sentada en tu ventana,
Hasta que por tus frágiles dedos corran las lágrimas?

La Hija del Rey:

Lloro porque me siento sola
Entre estos muros de cal y piedra.
Los hombres se sientan en el salón de mi padre,
Pero para mí él construyó esta torre vigilada.
Y desde aquí he visto el dorado sobre el verde,
Sin noticias sobre mi verdadero amor.

El Cuervo:

Hija del Rey, sentada sobre el mar,
Cantaré una historia que os pueda alegrar.
Ayer he visto navegando un barco enorme,
Cuando el viento soplaba feliz desde el norte.
Sobre aquel labrado mástil me senté,
Y mi corazón se estremeció con fe,
Pues entre la tabla y el oscuro azul del mar,
Su espada cantaba dulce los hechos que serán.

La Hija del Rey:

¡Océano estéril! ¡Amarga entre todas las aves
Un estéril cuento mis oídos han escuchado!

El Cuervo:

Los hombres de vuestro padre fueron severos,
Ataviados con escudos y brillantes yelmos.

La Hija del Rey:

¡La peor de las historias me narras,
Las palabras como saetas me desgarran!
Vuela al sur, hacia los campos de la muerte,
Y que nada dulce en tu lápida pueda leerse.

El Cuervo:

Oh, allí estuvo Olaf, el de los lirios rosas,
Tan justo como cualquier roble que crece.

La Hija del Rey:

Oh, tierna ave ¿Qué hizo él entonces,
Entre las lanzas de los caballeros de mi padre?

El Cuervo:

Entre la tabla y el azul oscuro del mar,
Él cantó: Mi verdadero amor me espera.

La Hija del Rey:

Así como esta dura losa conoce mi dolor,
Aún no estoy agotada, mi amor.

El Cuervo:

Él cantó: Así como una vez tuve su mano,
Al final sus labios volverán a mis labios.

La Hija del Rey:

Y así como nuestros dedos se entrelazaron,
También volverán a unirse nuestros labios.

El Cuervo:

Él cantó: Que venga la ruina, el hierro y las llamas
¿Pues qué otra cosa romperá la torre sino la fama?

La Hija del Rey:

Oh, Sol, Ascended y caed con premura,
Para que la esperanza triunfe sobre la muerte.

El Cuervo:

Hija del Rey, sentada en la alta torre,
Dádme un regalo por mi cuento y volaré:
El oro de tu dedo frágil y pálido deseo,
Pues sólo eso tienes de tu viejo anhelo.

La Hija del Rey:

Junto al anillo de mi padre hay otro,
Con un beso me fue dado por mi madre.
Vuela, vuela a través de los mares
Para ganar otro de mis presentes.
Vuela al sur a traerme noticias reales,
Mientras en verano sea el escudo de muchos.
La hierba crece roja con el rocío de la batalla,
Entre la costa y el campo los altivos cisnes cantan.

El Cuervo:

Hija del Rey, sentada en la alta torre,
El verano brilla sobre el escudo de muchos,
Las noticias de la marea hablan de muerte,
Mientras en la costa y el campo los altivos cisnes cantaban;
En la tierra de los Francos él se encontró con sus lanzas,
Y la planicie entera con sangre fue sembrada.
Alta creció la fría luna cubriendo el sol,
Cuando los cuernos sonaron sobre la batalla ganada.

La Hija del Rey:

¡Caed bajo la justicia, ave! Cantad sólo la verdad
De los hechos que aquel hombre en su día realizó.

El Cuervo:

Steingrim se plantó ante su bandera,
Y los yelmos fueron rotos y las astas cayeron.

La Hija del Rey:

¿Un hombre temerario, bueno y necesario,
Puede cantar las hazañas de otro?

El Cuervo:

Donde Steingrim pasaba la batalla sonaba,
Sin embargo el pie de Olaf era más rápido.

La Hija del Rey:

¡Ah, con hechos de gloria el mundo ha de crecer!
¿Pero a qué tierras lejanas ha llegado mi amor?

El Cuervo:

Sobre la cubierta junto al mástil,
Allí yace ahora, descansado profundo.

La Hija del Rey:

¿Lo habéis oído antes de que caiga en el justo sueño?
¿Pronunció palabras ante sus hombres?

El Cuervo:

Creo que a su dama dedicó una canción,
Pero luego nada más pronunció.
Antes de que la batalla los uniera,
Steingrim una palabra le dijo:
"Si volvemos con las banderas de paz,
En la casa del rey mi fama crecerá,
Las puertas no estarán cerradas,
Y para mí siempre se abrirán.
Luego, hacia la íntima alcoba iremos,
Donde el amor su dorado manto cose.
Te llevaré adentro, y pondré su fina mano
Sobre el cuello adornado de lirios.
Dejaré al rey el radiante satisfacción,
Mientras aquella noche sea de ustedes dos".
Ahora corre hacia el norte la proa de Steingrim,
Y la lluvia y el viento golpean desde el sur.

La Hija del Rey:

Mirad, ave de la muerte, el anillo de mi madre;
El canto nupcial aún debo aprender,
Y ya no veo desagradable mi cuarto solitario;
Pues el viento, el viendo ha de gemir
Mientras ordeno el lecho de bodas.
El verano brilla en el escudo de muchos,
Pues la lluvia, la lluvia roja ha de caer,
Mientras en la costa y el campo los altivos cisnes cantan.


Antes de que el día surja de la noche,
El verano brilló sobre los escudos,
Ella escuchó el cuerno de Steingrim
Mientras los altivos cisnes cantaron.
Antes de que el día oscuro concluyera
Se oyeron los pasos de Steingrim en la escalera.
La lanza y la flecha cayeron lejos,
Mientras los pesados pies subían.
¡Oh, pesados son los pies de aquel que porta
El anhelo de los días y el dolor de los años!
Reposad, reposad, dulce lirio,
Sobre tu cuello descansará la mano.
No importa si el rey vibraba en radiante satisfacción,
Pues aquella cama fue ocupada por los dos.
Inmóvil cuando él permanece inmóvil,
El corazón yace junto al corazón.
Tal vez mis oyentes quieran hablar,
Debatir sobre esta triste historia,
Por lo tanto los dejaré piadosamente
Bajo el verano sobre los escudos.
Los días descansan hoy bajo la piedra,
Mientras en la costa y el campo los altivos cisnes cantan.

William Morris (1834-1896)

Agradezco el poema al Espejo Gótico.